“El capitalismo es absurdo”
por María Daniela Yaccar
El director y dramaturgo Manuel Santos Iñurrieta va al grano al explicar de dónde viene y hacia dónde va El Bachín, numeroso grupo de teatro independiente con doce años de trabajo: “Partimos de Bertolt Brecht para pensar un relato en presente. Nuestras búsquedas estéticas pasan por la resignificación del lenguaje”. En los últimos espectáculos de esta compañía, la Historia es un personaje más. No es casual que le den tanta atención: se conocieron y se unieron en la víspera del derrumbe del país. Aquellas búsquedas estéticas que menciona Iñurrieta resultan en una “épica nacional y latinoamericana”: el del Bachín es un teatro útil para esta época, que merece nuevas reflexiones acerca del ser nacional abordado primero por figuras como Sarmiento y Alberdi y del que abundan ficciones y pensamientos.
La gracia de tener (sábados a las 20.30 en el Centro Cultural de la
Cooperación, Avenida Corrientes 1543) viaja a la década del ’60 para
graficar los vínculos entre la oligarquía nacional, el Ejército y la
Iglesia, cuando se avecinaba la dictadura de Juan Carlos Onganía –que es
un personaje de la obra–. El Bachín Teatro define a este espectáculo
como “absurdo de humor político-económico”. Así lo explica Iñurrieta:
“Tocamos un tema absurdo de por sí: el capitalismo. Su aceptación y
naturalización disparó esta obra”. Con una estética clownesca –los
actores llevan narices rojas–, se teje una gran metáfora respecto de las
formas de manejarse de los poderosos. Una familia de aristócratas en
decadencia alquila una mansión a un circo y termina trabajando para él.
Otro disparate es que las artes circenses fascinan al general de la
familia.
No podría ser de otra manera: la charla entre los miembros
“históricos” del Bachín y Página/12 condensa las tensiones entre
política y arte. Ellos son Iñurrieta, Julieta Grinspan, Marcos Peruyero y
Carolina Guevara. También participan de esta obra Marina García, Jerónimo García, Jorge Tesone y Diego Maroevic. Los tópicos se fusionan,
el diálogo va de un lado al otro sin reconocer fronteras. Sucede que,
además de actores y creadores, ellos son militantes, tanto de partidos y
organizaciones políticas como de la cultura. Nacieron casi a la par del
Centro Cultural de la Cooperación. “Es el punto que nos compete a
todos, donde crecimos y nos formamos. Ahí volcamos nuestros pensamientos
respecto de las políticas culturales”, subraya Grinspan. Parte de la
militancia es, también, su interés de llegar a un público diferente al
de la calle Corrientes. En 2008 inauguraron una sala en Parque Patricios
(en Zabaleta 74) para establecer vínculos con el barrio y, a la vez,
enriquecer sus producciones al entrar en contacto con otras realidades.
–¿La obra conecta con el revisionismo histórico, en boga
hoy? Se mencionan muchos signos del presente, como la “profundización
del modelo” o los globitos de colores de Macri.
Carolina Guevara: –La polaridad de clases
de los ’60 todavía existe. Por ejemplo, se vio en el conflicto con el
campo. Un punto crucial en relación con las clases sociales es el
peronismo. Es uno de los motivos por los cuales ubicamos la obra en esta
época, por las significaciones que daban vueltas en ese momento, como
“cabecita negra”.
Santos Iñurrieta: –Nos vamos a 1961, pero
1961 es 2012: hay una continuidad en los conflictos y en los accionares
de la sociedad. Las clases dominantes están compuestas por los mismos
sujetos. Quizá no tengan el poder que tuvieron en otro momento, pero
todavía hay familias que son las dueñas del país. Se puede trazar, como
diría Brecht, una parábola. La obra apunta a dos líneas centrales,
propias del capitalismo: la clase dominante y la dominada. Cada uno
puede ponerle el color que le plazca. El absurdo está en el hecho de que
un hombre esté mirando su montaña y los ríos en su propiedad y que, al
mismo tiempo, otro esté vendiendo panchos doce horas en Constitución. La
aceptación de la propiedad privada nos conduce a pensar que fuimos
desafortunados por no haber venido con Colón.
–En tal sentido, la Historia es más bien pesimista. ¿Por qué abordarla desde el humor?
Julieta Grinspan: –El hecho de dedicarse
al arte es optimista, porque es una oportunidad de compartir con otros
lo que uno piensa. Podemos hablar de todo esto porque sabemos que existe
solución. Encontrar las metáforas, el humor en lo absurdo de la vida y
distintas maneras de dialogar con el público son salidas esperanzadoras.
–Pese a su dejo de didacticismo, la obra no sugiere ninguna
solución al conflicto del capitalismo. ¿Cómo la pondrían en palabras?
J. G.: –La solución es el fin de la
explotación del hombre por el hombre. El camino es largo, pero tenemos
un montón de herramientas. El diálogo que se produce con el público en
una obra, sin cerrar la cuarta pared, es un principio de solución. Y hay
otros: que pueda trabajar un grupo de teatro con tanta gente o que
exista una cultura alternativa que no siga las reglas de la dominante.
En la Historia también hay signos positivos: tenemos una Latinoamérica
unida y quedó demostrado en Europa que hay un tipo de capitalismo que no
está funcionando.
M. S. I.: –Hay un ingreso a la política por parte de la juventud, así como también una vuelta al debate político.
Marcos Peruyero: –Quizá muchos se asustan
ante los conflictos. Los actores estamos acostumbrados a ellos y sabemos
que hay solución. El teatro está enfocado al hombre como motor de la
historia, a la construcción del hombre nuevo que buscaba el Che. Eso
implica, también, buscar nuevos actores para un nuevo teatro que intente
transformar, y a nuevos espectadores que lo vean. Estamos en un momento
histórico extraordinario, pero no somos hijos de la casualidad, sino de
hombres que leyeron, estudiaron, pelearon y entregaron su vida para que
hoy Manuel y yo podamos decir que somos comunistas. Hubo miles de
personas que hicieron teatro y miles de personas que ni siquiera iban a
ver obras, pero que lucharon para que nosotros pudiéramos hacerlo.
–En la obra sucede algo paradójico respecto del
distanciamiento brechtiano: hay monólogos en los que se corren de sus
personajes y hablan desde su lugar de actores. Pero esos son
precisamente los momentos más emotivos, contrariamente a lo que
planteaba Brecht.
C. G.: –Los textos de Manuel van al
rescate de lo político, pero también de la poesía. Ambos confluyen con
el humor como elemento identitario, al evocar al payaso rioplatense. Es
un modo de demostrar que lo político no es necesariamente panfletario.
Para nosotros como actores es muy placentero, porque recorremos varias
aristas.
M. S. I.: –Brecht quería eliminar toda
posibilidad de que el espectador se pierda emotivamente y que, por ende,
no pueda hacer una lectura general. Pero también planteaba que, en todo
caso, tenía que ser la razón la que empuje a la emoción. Trabajamos en
esa doble sintonía: jugamos con el personaje de un presentador que habla
a rajatabla de la flexibilización laboral, da datos, estadísticas y
fechas. Pero todo repercute en un ser humano que vive un presente,
sufre, ama, llora, va a trabajar y consigue o no laburo. Son dos planos
que se manifiestan en este momento político en que vivimos: se unen la
discusión de ideas y la afectividad.
por María Daniela Yaccar
fotografía Pablo Piovano
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