La luna, símbolo de una utopía / Página 12 Espectáculos / 10-06-13

Por Cecilia Hopkins
Lunes 10 de junio de 2013, Página 12 Espectáculos. 

A través del monólogo político y de ciertas referencias al cine y a la poesía, el actor y autor elabora su propia versión del teatro de corte brechtiano, con sus elementos de distanciamiento puestos al servicio de un posicionamiento ideológico.

Unipersonal escrito e interpretado por Manuel Santos Iñurrieta, Mientras cuido de Carmela propone un viaje hacia un espacio mítico –el de las utopías y los sueños– partiendo del monólogo político y de ciertas referencias al cine y a la poesía. Es por esto que funcionan a modo de prólogo algunas frases que de diverso modo hacen referencia a la luna. Así, proyectados sobre el fondo de la escena, aparecen versos de Borges y de Alfonsina Storni y un fragmento que firma el Che Guevara. Santos Iñurrieta vuelve a interpretar al mismo personaje de un espectáculo anterior –Crónicas de un comediante– un histrión que recuerda a los del cine mudo como Chaplin o Buster Keaton, pero también a los actores populares argentinos, como Sandrini y Olmedo. Preocupado por escribir una escena para un nuevo espectáculo, el personaje también debe estar atento a su otro trabajo, el de cuidar niños por hora. Es por esto que su atención salta de la máquina de escribir al cochecito donde yace Carmela, la beba que, finalmente, va a resultar su musa inspiradora. Con ella –y para ella, porque Carmela representa el futuro– el comediante acelera y ralenta los tramos de un viaje que termina en la luna, alternando este relato con monólogos referidos a temas de actualidad, como la violencia, la hipocresía y las desigualdades sociales.


Nacido en Mar del Plata, Santos Iñurrieta dirige desde el 2000 El Bachín Teatro, grupo que integran Carolina Guevara, Julieta Grispan y Marcos Peruyero, con quienes montó obras como Lucientes, Teruel y la continuidad del sueño y, más recientemente, Mariano Moreno y un teatro de operaciones. Al igual que en las experiencias anteriores, en este nuevo espectáculo el actor y autor elabora su propia versión del teatro de corte brechtiano, con sus elementos de distanciamiento (proyecciones, música, contacto con el espectador) puestos al servicio de un posicionamiento ideológico: “Esta elección teatral responde a la necesidad de rescatar nuestra épica –se lee en la página web del grupo– y escribir un nuevo relato que ponga de relieve la historia de los oprimidos y olvidados de nuestro país, de nuestro continente y por qué no, del mundo”. Santos Iñurrieta busca que la crítica y el análisis no dejen de lado la sensibilidad, según explica en la entrevista con Página/12.


–Al personaje se lo ve cambiado entre un montaje y otro. ¿A qué se debe?
–Con el tiempo se fue complejizando. Tal vez haya colaborado el hecho de que estoy buscando ablandar la dureza que puede tener un discurso político, yendo hacia lo afectivo. Brecht decía que la razón empuja a la emoción. Lo leímos, lo estudiamos mucho pero comprender esto lleva tiempo. 


–En efecto, en esta obra hay muchos recursos que apelan a la emotividad del espectador...
–Yo intento unir lo dramático, lo épico y lo lírico. Y buscando un contrapeso a lo político encontré la poesía.


–¿Ya tenía los monólogos de actualidad?
–Tenía muchos escritos, pero estaban sin un eje. Entonces apareció la luna como elemento inspirador: muchos poetas la nombran de diferente modo y resulta que en 1969 se clava una bandera de conquista. ¿Cómo alguien puede apropiarse de algo que es de todos?


–¿La luna es una excusa para hablar del imperialismo?
–Y también del misterio que despierta, ligado a la infancia, y del viaje hacia lo nuevo, hacia lo utópico y lo desconocido.


–No obstante, el personaje del comediante tiene algunas certezas...
–Está seguro, básicamente, de que nadie nace malo y de que la realidad puede ser transformada: hay que implementar cambios en las relaciones sociales y económicas en busca de la equidad, porque es un problema que un sector de gente siga privilegiando la suerte personal por sobre la de los demás. Lo otro, hay que discutirlo todo: los conflictos, tanto en el teatro como en la vida, son motivo de celebración.


–¿Cree que en la actualidad se dan las condiciones de esa discusión?
–Es cierto que hay muchas tensiones. Pero esa forma de violencia también está construída mediáticamente, porque se ve que en la gente hay voluntad de diálogo. Creo que es solamente a partir de los conflictos que se producen las transformaciones. Hace falta el contacto con el otro, si no, se corre el riesgo de vivir en una burbuja.



 Por Cecilia Hopkins

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